lunes, 7 de diciembre de 2015

El fin del Peronismo según Laura Alonso (Carlos H. Güttner)

Laura Alonso, una de las más prolijas y tenaces empleadas de la Embajada, le tendió el certificado de defunción al Peronismo haciendo gala de un resentimiento gorila propio de los comandos civiles del ´55.
Al Peronismo no lo pudieron destruir los de afuera ni los de adentro.
Los de afuera se hartaron de probar fórmulas vernáculas de supresión y fracasaron. Fracasaron radicales, socialistas, comunistas y liberales de consuno con los militares cuando impusieron tiranías que proscribieron, censuraron, persiguieron, torturaron, fusilaron e interdictaron a millones de argentinos entre 1.955 y 1.973.
Fracasaron los militares sólos cuando inauguraron la más tenebrosa carnicería en 1.976. Fracasaron también los de adentro, cuando pretendieron infiltrarse a sangre y fuego en el Movimiento de masas más grande de la historia de América, importando ideologías de vanguardia marxista que el pueblo trabajador no admitía. El costo fue terrible y abortó el proyecto de unidad nacional y soberanía popular con proyección sudamericanista que Perón diagramara en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, allá por 1.974. El delirio de la guerrilla a través del “entrismo por izquierda” se ensañó con los gremios y asesinó a más de 70 dirigentes sindicales, dinamitó el Pacto Social del General Perón con el crimen de Rucci y planeó ejecutar al viejo líder para quedarse con la conducción de su movimiento.
Fracasó, igualmente, el “entrismo por derecha” que Carlos Menem impuso en los años ´90 de la mano del Consenso de Washington y un neoliberalismo exultante que encaminaba al mundo hacia el fin de la historia tras la caída del Muro de Berlín.
Es un desatino rayano con la estupidez la pretensión de Laura Alonso de finiquitar al Peronismo y expulsarlo de la escena política argentina. Sobre todo porque Macri ganó con millones de votos peronistas que se hartaron del stalinismo ególatra de la presidente Cristina Fernández. Votos peronistas que se volcaron a Macri para sacarse de encima al oficialismo gobernante pero que volverán al redil del Partido Justicialista más temprano que tarde. Alfonsín y De la Rúa también ganaron con votos peronistas y ello no significó la desaparición del Peronismo en absoluto.
Porque hay un dato político insoslayable que nadie considera: cada vez que el Peronismo pierde una elección es para resolver su interna al cabo de un ciclo político propio de su seno y sustituir un liderazgo agotado. Ocurre cronológicamente cada 15 o 16 años.
A la muerte de Perón, en 1.974, la falta de liderazgo causó la derrota electoral de 1.983 y fué Carlos Menem, recién en 1.989, quien se alzó con el bastón de mando para llevar al Peronismo nuevamente al poder.
El menemismo como ciclo duró una década y otra vez, al cabo de 16 años, perdió una elección en 1.999 para resolver un liderazgo agotado como el de Menem. El “entrismo por derecha” que los neoliberales parecían haber ejecutado a la perfección se frustraba rotundamente.
Y apareció el kirchnerismo, remozando al Movimiento con reivindicaciones históricas y prácticas exógenas bajo el rótulo de transversalidad progresista, imponiendo un “entrismo por centroizquierda” que fue posible debido a la devastación neoliberal que hizo estallar por los aires al país en 2.001. El viejo y aceitado aparato partidario del PJ sostuvo a los Kirchner cuando la transversalidad no funcionó, y muchos frepasistas reciclados -profundamente antiperonistas- se “tragaron el sapo” y se encolumnaron bajo los generosos paragüas del Partido Justicialista, al que pretendieron domesticar a latigazos con la suculenta chequera del Estado y el “relato” providencial de la Presidente.
El ciclo duró poco más de una década y se desplomó con otra derrota en elecciones presidenciales justo 16 años después de la de 1.999. Esta vez no fue a manos de un radical. El centenario partido de la Revolución del Parque, histórico anticuerpo electoral del Peronismo, ya no estuvo en el centro de la escena para recoger los guantes de la alternancia.
Por primera vez desde los tiempos de Roca y el PAN (Partido Autonomista Nacional), la oligarquía vernácula logró articular un partido político nacional con vocación de poder y unidad de mando centralizada: el PRO de Mauricio Macri, el empresario devenido en líder político al mejor estilo Berlusconi.
Sin los costos de alianzas electorales con riesgo potencial de fracaso como la Alianza de 1.999, el partido de Macri asoma como un nuevo actor en la arena política de la Argentina. Se trata de un partido liberal oligárquico que, por primera vez en la historia, llega al poder con el voto popular.
¿Debe esto asustar al Peronismo?
Creo que no.
Simplemente porque el PRO no es un partido con programas de contenido nacional, que defienda la justicia social y los derechos obreros, por lo que -tarde o temprano- las grandes mayorías se verán defraudadas y volverán a favorecer al Peronismo.
Un partido de masas que pasó por todas las tragedias y bonanzas de la historia, que sobrevivió a todos los intentos internacionales y locales que buscaron destruirlo a lo largo de 70 años, y que hizo del ejercicio del poder un culto de su identidad, no va a desaparecer porque una empleada administrativa de la Embajada norteamericana así lo vaticine.
En todo caso creo que esta etapa que se inicia en la Argentina guardará notables similitudes con la del PAN de Vicente Fox en México, otro afamado empresario devenido en político que -imprevistamente- logró arrebatarle el poder al PRI tras siete décadas de hegemonía ininterrumpida.
¿Qué pasó después en México? El liberalismo a ultranza no se sostuvo más allá de tres períodos presidenciales, uno de ellos logrado con fraude, y el PRI terminó volviendo por el peso de su historia, por su ligazón a los sectores populares y por la profunda vocación de poder que caracteriza a los partidos históricos.
El tiempo que el Peronismo tarde en volver al poder dependerá, eso sí, de dos factores: de la capacidad de Macri para evitar imponer sus ideas liberales de mercado y de la rapidez con que el Peronismo resuelva su interna.
Así de simple. Porque el Peronismo siempre vuelve.
No va a repetir el error histórico de los conservadores que tras la derrota a manos de los radicales en 1.916 se convirtieron en una confederación de partidos provinciales cuyos caudillejos no estuvieron a la altura de sus grandes líderes de antaño: Mitre, Roca o Pellegrini.
El Peronismo seguramente encontrará en su seno a un gobernador con fuerte vocación de poder y liderazgo territorial que lo catapultará a la conducción del Movimiento.
El genio político de su fundador, el General Juan Domingo Perón, alguna vez advirtió sobre el ciclo periódico de los Movimientos Nacionales en un contexto histórico. Nadie lo entendió. Un movimiento político popular solo desaparece cuando en el escenario de la historia aparece otro movimiento popular que se adapta a los desafíos de la actualidad y sintetiza las luchas y banderas de sus precedentes, conservando la misma dirección: Patria y Pueblo. Ocurrió con el Federalismo Rosista que le pasó la posta al Radicalismo de Alem e Yrigoyen, y con el Peronismo que los sucedió hasta nuestros días.
El Peronismo no va a desaparecer si vuelve a las fuentes doctrinarias de su fundador y las adapta a los tiempos que corren sin alterar su esencia.
Recuperar la Doctrina Justicialista es el imperativo.
Lo que diga Laura Alonso es -como decía Don Vicente Saadi- “pura cháchara”.-

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