La democracia es un sistema más de gobierno, ni peor ni mejor que cualquier otro.
Con frecuencia se hace creer a las masas que la democracia es el gobierno del pueblo, pero luego se advierte sobre el riesgo del populismo, como si el populismo no fuera la perfecta expresión de una democracia al ser un gobierno que contempla el interés del pueblo.
La democracia es una ficción basada en la forma representativa de gobierno con que las élites desvirtúan la presunta esencia del sistema y lo convierten en una oligarquía.
Si la democracia no es popular, no es democracia.
Si la democracia no es populista, es elitista.
Y donde hay elitismo hay oligarquía.
En todas las democracias el rasgo distintivo es la “representación” de la ciudadanía en el ejercicio de los poderes del Estado, otra ficción que se da de bruces contra la realidad.
Porque pocos o casi nadie “representan” al ciudadano tanto como a los intereses de su clase o de su ambición personal, especialmente en las democracias que no son populistas.
Nuestras democracias no son representativas del interés popular.
No hay en ellas “representación” sino “sustitución” del interés popular por los supremos intereses de las élites o grupos consolidados de poder político y económico.
La “representación” sólo existe en las postulaciones y dura hasta la jura en la asunción de los cargos públicos. Muy pocos cumplen con el mandato de representar a sus electores.
Se trata, pues, de un régimen de democracia de sustitución, no de representación.
Cuando alguien se atreva a dar una discusión seria sobre este asunto se concebirá el atajo para sanear el sistema y acabar con las mentiras que nos enseñan los medios de comunicación y las universidades.
Mientras tantos, reflexionemos juntos y no dejemos que nos embauquen.-
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